La vida de Victoria Pujolar Amat ha sido una auténtica aventura marcada por su compromiso con la República, la lucha antifranquista y la militancia comunista. Pintora, activista y exiliada política, fue una defensora incansable de un mundo más justo. Vivió la Guerra Civil Española, la resistencia contra Franco, el exilio en Francia y Rumanía, y la clandestinidad, siempre en movimiento entre distintas ciudades y países.
A pesar de estas dificultades, Victoria tuvo una vida plena. En París conoció al que sería su compañero de por vida, el dirigente comunista Federico Melchor, con el que tuvo cuatro hijos. En Bucarest se convirtió en la voz femenina y catalana de Radio España Independiente, La Pirenaica, el medio de comunicación antifranquista que combatió la censura del régimen. Mientras residía en la capital Rumana, aprovechó la oportunidad para estudiar Bellas Artes, logrando finalmente su sueño: expresar su visión del mundo a través de una pintura intimista y figurativa, que nos invita a asomarnos a su universo interior y a la historia que marcó su vida. Su legado trasciende lo artístico, convirtiéndose en un testimonio de memoria histórica.




Puede que casi nadie haya visto los cuadros que ahora se exponen bajo la firma de V.P. Amat. Una firma algo críptica, misteriosa, que no revela ninguna identificación. Rúbrica de una pintora internacionalista. Junto con sus maletas, de país en país, las cajas repletas de lienzos viajaron con ella. Su pintura escondida sale ahora a la luz como una revelación póstuma.
La pintura de Victoria Amat juega con la magia de los colores para recrear la realidad más hermosa y la más cruel también. El exilio le ha otorgado una visión compleja de la realidad. Amat trabaja la dualidad de lo visible y lo invisible. Nada es verdaderamente lo que parece. Desarrolla formas explícitas que dan paso a otras formas subyacentes. La pintora juega al escondite entrelazando poliédricas figuras en una misma composición. Nos invita a detener nuestra mirada. Si sabemos ver, lo escondido salta a la vista. Plasticidad y hondura representativa: es el sello de Victoria Amat.
Sus lienzos se convierten en un puzle poético asombroso.
Toda su obra es un homenaje a la pujanza de la vida. Por ello, recrea naturalezas azuladas intensas, brazos enlazados, rostros amados. Pero la presencia de la muerte la atormenta constantemente. Y dibuja también un inframundo: el de los vencidos. Violencias, luchas mineras, cárceles, el “triunfo de la muerte”. Ese mundo antifranquista que tan bien conoció y padeció.
Vivió la soledad de ser mujer. Ella nunca se asomó a la ventana de la popularidad como lo hicieron Ibarrola o Pepe Ortega. No eran tiempos para las mujeres con talento.
Al final de su vida, sentada en la terraza de su vivienda de Móstoles, su última atalaya, Victoria recordaría con sus ojos fatigados y sus manos ajadas, los lienzos de sus macetas, el dolor profundo de Angelita Grimau o la chaqueta y la pipa de su marido Federico.
No es su voz en la REI la que se escucha ahora, es el roce de su mano que nos guía hoy para que no la olvidemos.
Carmen Grimau. Madrid, a 12 de enero de 2022
«No he seguido ninguna moda; mi pintura es como la poesía, es la parte soñadora de una vida que ha sido muy dura.»
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